viernes, 26 de octubre de 2012

La transmisión de la fe en el postmodernismo



Una amable lectora me remite un interesante artículo de Jutta Burggraf, Profesora de teología dogmática de la  Facultad de Teología Universidad de Navarra, que trata de cómo se puede transmitir la fe en esta época que se ha venido en llamar postmoderna. Todo el es interesante, pero debido a su extensión no podemos publicarlo en su totalidad. Está dividió en tres capítulo que publicaremos lo más ampliamente posible en tres post consecutivos.

La transmisión de la fe en el postmodernismo: en y desde la familia

La meta de nuestro hablar de Dios consiste en llevar a todos a hablar con Dios
      Vamos a hablar sobre la transmisión de la fe. Me refiero a los hijos, a otros parientes, a los amigos, vecinos y colegas: a todos los que entran en una casa alegre y abierta; en una casa abierta a personas de todo tipo y condición, de todos los colores y de todas las creencias...
      Quiero empezar nuestra reflexión con una escena que nos presentó Nietzsche hace más de cien años. En su libro “La gaya ciencia”, este filósofo tan perspicaz hizo gritar a un hombre loco: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!... ¿A dónde se ha ido Dios?» ... Os lo voy a decir... «¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros le hemos matado!... Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos». ... Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y le miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos, y se apagó. «Vengo demasiado pronto —dijo entonces—, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres» (F. NIETZSCHE, La gaya ciencia (1887), Palma de Mallorca 1984, n.255.)
      Hoy, un siglo más tarde, podemos constatar que este “enorme suceso” sí ha llegado a los oídos de gran parte de nuestros contemporáneos, para los que “Dios” no es nada más que una palabra vacía. Se habla de un actual “analfabetismo religioso”, de una ignorancia incluso de los conceptos más básicos de la fe (Las estadísticas publicadas por J. FLYNN, Analfabetismo religioso, en “Zenit” (Agencia Internacional de Información de Roma), 3-V-2007.
      Algunos se han preguntado si un niño, que no conoce la palabra “gracias”, puede estar agradecido: porque el lenguaje no sólo expresa lo que pienso, también lo detiene. En todo caso, lo determina muy profundamente. Podemos comprobarlo en los diferentes idiomas. Hablar chino o francés, no quiere decir simplemente, cambiar una palabra por otra, sino tener otros esquemas mentales y percibir el mundo según las circunstancias de cada lugar. Algunas tribus de Siberia, por ejemplo, tienen muchas palabras distintas para la “nieve” (dependiendo de si es blanca o gris, dura o blanda, nueva o antigua), mientras que los pueblos árabes disponen de un sinnúmero de palabras para “caballo”. Si se tiene esto en cuenta, se puede comprender que Carlos V afirmó: “Cuantos idiomas hablo, tantas veces soy hombre”.
      Con respecto al tema religioso, podemos concluir: si vivo en un mundo secularizado e ignoro el lenguaje de la fe, es humanamente imposible llegar a ser un cristiano.
I. El ambiente actual
Si queremos hablar sobre la fe, es preciso tener en cuenta el ambiente en el que nos movemos. Tenemos que conocer el corazón del hombre de hoy —con sus dudas y perplejidades—, que es nuestro propio corazón, con sus dudas y perplejidades.
    1. La época del postmodernismo

      Tenemos, generalmente, muchos ídolos, por ejemplo, la salud, el “culto al cuerpo”, la belleza, el éxito, el dinero o el deporte; todos ellos adquieren, en circunstancias, rasgos de una nueva religión. Chesterton dice: “Cuando se deja de creer en Dios, ya no se puede creer en nada, y el problema más grave es que, entonces, se puede creer en cualquier cosa.”
      Y, realmente, a veces parece que cualquier cosa es más creíble que una verdad cristiana. Mis alumnos de las Facultades civiles, por ejemplo —estudiantes de derecho o de químicas— hablan, con muy buena voluntad, de la “reencarnación” de Cristo (que tuvo lugar hace 2000 años): al parecer, la palabra “reencarnación” les es mucho más familiar que la palabra “encarnación”. Observamos la influencia del budismo y del hinduismo en Occidente. ¿Por qué ejercen una atracción tan fuerte? Parece que se desea lo exótico, lo “liberal”, algo así como una “religión a la carta”. No se busca lo verdadero, sino lo apetecible, lo que me gusta y me va bien: un poco de Buda, un poco de Shiva, un poco de Jesús de Nazaret.
      En épocas anteriores, la vida era considerada como progreso. Hoy, en cambio, la vida es considerada como turismo: no hay continuidad, sino discontinuidad; caminamos sin una dirección fija. El lema de un motorista lo expresa muy bien: “No sé adónde voy, pero quiero llegar rápidamente allí”. En la literatura se habla de la “oscuridad moderna”, del “caos actual”.
      “El hombre moderno es un gitano”, se ha dicho con razón. No tiene hogar: quizá tiene una casa para el cuerpo, pero no para el alma. Hay falta de orientación, inseguridad, y también mucha soledad. Así, no es de extrañar que se quiera alcanzar la felicidad en el placer inmediato, o quizá en el aplauso. Si alguien no es amado, quiere ser al menos alabado.
      Tal vez, todos nos hemos acostumbrado a no pensar: al menos, a no pensar hasta el final. Es el llamado pensamiento débil. Vivimos en una época en la que tenemos medios cada vez más perfectos, pero los fines están bastante perturbados.
      A la vez, podemos descubrir una verdadera “sed de interioridad”, tanto en la literatura como en el arte, en la música y también en el cine. Cada vez más personas buscan una experiencia de silencio y de contemplación; al mismo tiempo, están decepcionados del cristianismo que, en muchos ambientes, tiene fama de no ser nada más que una rígida “institución burocrática”, con preceptos y castigos.
      Otras personas huyen de la Iglesia por motivos opuestos: la predicación cristiana les parece demasiado “superficial”, muy“light”, sin fundamento y sin exigencias rigurosas. No buscan lo “liberal”, sino todo lo contrario: buscan lo “seguro”. Quieren que alguien les diga con absoluta certeza cuál es el camino hacia la salvación, y que otro piense y decida por ellos: ahí tenemos el gran mercado de las sectas (Cfr. M. GUERRA, Historia de las religiones, Pamplona 1980, vol. 3)

      Vivimos en sociedades multiculturales, en las que se puede observar simultáneamente los fenómenos más contradictorios. Algunos intentan resumir todo lo que nos pasa en una única palabra: postmodernismo. El término indica que se trata de una situación de cambio: es una época que viene “después” del modernismo y “antes” de una nueva era que todavía no conocemos...
      El postmodernismo es una era limitada que indica el fracaso del modernismo. Se la puede comparar con la “postguerra” —el tiempo difícil después de una guerra—, que es la preparación para algo nuevo. Y se la puede relacionar también con el período “postoperatorio”, en el que una persona convalece de una cirugía, antes de retomar sus actividades normales.
      Parece, realmente, que vivimos un cambio de época: estamos entrando en una nueva etapa de la humanidad. Y las novedades reclaman un nuevo modo de hablar y de actuar.
    2. Actitud ante los cambios culturales
      ¿Cómo conviene hablar sobre la fe en este desconcierto? Antes que nada, nos pueden ayudar unas reflexiones de Romano Guardini que no han perdido nada de su actualidad. En sus Cartas desde el lago de Como, este gran escritor cristiano habla sobre su inquietud con respecto al mundo moderno. Se refiere, por ejemplo, a lo artificioso de nuestra vida, escribe acerca de la manipulación a la que diariamente estamos expuestos, trata de la pérdida de los valores tradicionales y de la luz estridente que nos viene del psicoanálisis... En la novena y última carta expresa un “sí redondo” a este mundo en que le ha tocado vivir, y explica al sorprendido lector, que esto es exactamente lo que Dios nos pide a cada uno. El cambio cultural, al que asistimos, no puede llevar a los cristianos a una perplejidad generalizada (Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et Spes (=GS), n. 4)
 No puede ser que en todas direcciones se vean personas preocupadas y agobiadas que añoran los tiempos pasados. Pues es Dios mismo quien actúa en los cambios. Tenemos que estar dispuestos a escucharle y dejamos formar por Él (R. GUARDINI, Cartas del lago de Como, San Sebastián 1957).
      Quien quiere influir en el presente, tiene que amar el mundo en que vive. No debe mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, y todo su estilo de vida. “En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente”, dice Bonhoeffer. “Quien huye del presente, huye de la hora de Dios”.
      Hoy en día, una persona percibe los diversos acontecimientos del mundo de otra forma que las generaciones anteriores, y también reacciona afectivamente de otra manera. Por esta razón, es tan importante saber escuchar (Cfr. Y. CONGAR, Situación y tareas de la teología de hoy, Salamanca 1970. Pgs. 89 y ss) Un buen teólogo lee tanto la Escritura como el periódico, alguna revista o el internet; muestra cercanía y simpatía hacia nuestro mundo. Y sabe que es en las mentes y en los corazones de los hombres y mujeres que le rodean, donde puede encontrar a Dios, de un modo mucho más vivo que en teorías y reflexiones.
      Los cambios de mentalidad invitan a exponer las propias creencias de un modo distinto que antes (Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 6) A este respecto comenta un escritor: “No estoy dispuesto a modificar mis ideas (básicas) por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie”( J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones para la alegría, 8ª ed., Madrid 1988, p. 42).
Juan García Inza

No hay comentarios:

Publicar un comentario